jueves, 25 de agosto de 2011

Lazos Familiares

(Perdonad de ante mano la longitud del escrito pero es la forma en la que me salió. Esta es una de las entradas más personales que he escrito en todo lo que llevo de blog. Pido respeto. Gracias.)


La mayor parte del tiempo me siento bastante poco apoyada por una persona en especial: mi padre.

Mi relación con él no es una gran relación: la mayoría del tiempo ni hablamos dado que, al ser tan iguales de carácter, llegamos a las malas palabras enseguida. Sé que esto, en algunos círculos, no es normal. Los padres tratan con respeto a los hijos y viceversa, intentan guardar las formas, pero a veces, en mi caso, eso no llega a suceder. Tenemos poca paciencia y, por eso, a la mínima saltamos. Por lo menos yo.

Mi padre es de los que le gusta “chinchar” a la gente y hace las cosas que más te puedan molestar: tú le dices que no puede poner música – yo no puedo ni estudiar ni leer con música de fondo ya que estoy más pendiente de ésta última que de lo que estoy leyendo - y la pone; por lo tanto, tengo que cerrar la puerta, y en esta época, eso es un infierno con el calor que hace; le cambia las letras a las canciones, mejor dicho, ¡se las inventa! – algo que me molesta bastante, prefiero un “nanana nana” a que salga cualquier chorrada por su boca – y si le dices que baje el tono porque canta alto se molesta; ¡ni que se creyera Pavarotti! Y como esas, miles de cosas más.

Lo sé, soy muy maniática y no puedo reprimirme. Pero cuando tu padre te restriega que ha ganado al Monopoly – o poned cualquier otro juego – cuando sabe que tienes mal perder, es de ser un cabrón. Y sí, acabo de llamar a mi propio padre cabrón. No hace falta que lo vuelvas a leer. Podría tener un poco de consideración, “cortarse” un poco, pero nada.

Por otro lado, en el tema que me dejó tan tocada a principios del verano – me quedó una asignatura y eso no me había pasado nunca, de ahí me reacción – no me he sentido muy apoyada por él, es más me hunde más en la miseria. “Haces cualquier cosa menos estudiar”, “Ponte a estudiar” – cuando ya estoy estudiando -, “Si hubieras estudiado cuando tenías que hacerlo no estarías en esta situación ahora”. Lo sé, tiene razón, pero eso ya lo sé yo solita sin que nadie me lo diga, y que me lo diga, hace el agujero más grande y así sí que no voy a aprobar. Necesito apoyo, no que me hundan más, o iré al examen con la autoestima baja y eso no puede ser así. Tengo que sentirme bien conmigo misma para hacer las cosas bien, para tener la suficiente energía y ganas de ponerme a estudiar, de comerme los problemas y de no venirme abajo si algo no me sale, al contrario, venirme arriba y pedirle ayuda a alguien.

Al principio del verano, él me sugirió la idea de leerse el libro y ayudarme en todo cuanto fuese necesario pero, a lo largo del curso y de otros anteriores, me ha puesto la misma excusa: “Eso hace más de treinta años que lo estudié. Las cosas han cambiado mucho”. ¿Entonces para qué voy a tomar tu ayuda si puede ser que cuando te leas el libro te quedes como antes? Sería una pérdida de tiempo para ti y una desesperanza para mí. Y no necesito caer más en la mierda. Cada vez que cojo el libro para leerme la teoría o intentar resolver algún ejercicio ya me duele bastante como para que vengas tú y cuando te pongas conmigo a hacerlo pierdas los papeles porque NO TIENES PACIENCIA, y, además, me llamarás “tonta”, “inútil” o que soy “corta de entendederas”. Paso de tus insultos. ESTOY HARTA DE VERTE LA CARA TODOS LOS DÍAS, ¡¿NO LO ENTIENDES?! TENGO GANAS DE SALIR A LA CALLE CON MIS AMIGOS, O DE QUEDARME SOLA EN CASA POR UN PAR DE HORAS PORQUE NO QUIERO AGUANTARTE.

¿Y si un día me armo de valor y te lo digo a la cara? ¿Qué dirás? ¿Te lo tomarás en serio? Para que te rías de mí en la cara o pases del tema, o si quiera te molestes a intentar cambiar por un par de días y después vuelvas a ser como eres, P-A-S-O. ¡Esto ya es un grito desesperado!

A ti, cuando eras más jovencito, también te quedaron, exactamente el inglés y la religión, y eso no impidió que te fueras de viaje por el mundo – algo de lo que presumes y también me toca los ovarios de vez en cuando – y hablaras inglés por ahí. Saqué en las notas una mención de honor que me sube bastante la media – vale, fue en TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) – pero claro, como siempre se me han dado bien los ordenadores, parece que no tiene ni mérito. ¿Sabes lo cagada que estaba en el examen práctico de Excel porque es una aplicación que rara vez la uso o de Base – en Windows, Access – que las relaciones entre campos casi nunca me salían por problemas de la aplicación? No lo sabes porque no te has preocupado JAMÁS. Tú siempre estás viendo los fallos de la gente, nunca lo bueno, pero, ¿y tus propios fallos? ¿Te miras alguna vez a ti mismo y te dices lo que haces mal? Ya te lo digo yo, ¡NO! Es más, ¡te crees perfecto! O por lo menos eso es lo que dices de boquilla.

Y encima, para algo que se me da bien como cantar – algo descubierto por mis amigos (¡gracias chicos!) y que encima me animan a hacerlo – me frenas. Si canto muy alto malo, si canto bajo malo. Vamos, que si sólo canto, ¡malo! ¿Y cuándo tú cantas me tengo que callar, no me puedo ni quejar? ¡Vete a la mierda! Canto para relajarme y no soltarte una mala palabra, canto para subirme el ánimo cuando tú haces que caiga en la infelicidad, ¿y encima me lo quitas? Por eso me quiero quedar sola en casa: descanso de ti y además canto a gusto. ¿Acaso me has oído cantar con toda tu atención? No, y cuando te lo he ofrecido has dicho: “Más tarde” Pero nunca ha habido otra oportunidad; nunca te has interesado. Nunca has vuelto a mí después de lo que te mantenía ocupado y me has dicho que cantara. No te lo voy a volver a ofrecer jamás.

Y odio tus gritos. Siempre estás gritando, siempre quieres tener la voz más alta. Estoy harta de que grites a mi madre o a mí porque hemos hecho algo de una diferente manera a la tuya. ¿Y si lo haces tú la próxima vez? No, ¡para qué! Puede ser que se te caigan los anillos, ¿no? Aunque tú digas que no. No se puede vivir así. NO PUEDO MÁS.

No sabes cuánto necesito que me digas que estás orgulloso de mí. Sé que se los has dicho a algunas personas pero, ¿y a mí? Soy la mayor interesada porque esas palabras son un empujón para que siga estudiando, para que siga peleándome con el curso un año tras otro. Pero nada. Se me ha acabado la esperanza.

Se acabó poner de mi parte.

 

domingo, 7 de agosto de 2011

Numbers

"Adolescente que ve que la vida es más que una nota de un examen".

Así es la primera frase de mi perfil en este blog y cada día estoy más de acuerdo con ella.

Hace poco más de un año que me di cuenta de esto. Estaba ya agotada del curso y todavía quedaban, por lo menos, tres meses para su conclusión. En ese momento, me vi en mitad de un grupo de gente que sólo estaba en esa clase para sacar la mejor nota en un mísero examen - no digo que los exámenes no sean importantes, que sí lo son - y que sólo se hablaban para discutir sobre el resultado de un problema o la típica pregunta de "¿qué has puesto aquí?" o "¿qué tal te ha salido el examen?". Son como vívoras que intentan sacarte información para ver la fragilidad de su presa, , y comprobar contra quién se miden.

Son notas, números en su esencia. Nada más. Para esta gente, la vida se resume en un número o en un conjunto de números que parece que definen su vida. ¡La vida es mucho más que un simple número!

Sé que en nuestra existencia estamos rodeados por números: el DNI, el turno en la frutería, nuestra identidad en un examen de Selectividad, para el alcalde, y un largo etcétera, pero para nuestros seres queridos, para los que realmente nos quieren, somos más que eso. Ellos no conocen nuestro DNI, pero sí conocen nuestro nombre, nuestros apellidos, nuestro cumpleaños, y lo más importante: nuestros sentimientos, pensamientos, miedos, dificultades, alegrías, penas... Lo que realmente conforma nuestra vida, los que nos van acompañando año tras año, cambiando de forma radical no sólo ellos mismos - antes me podía dar miedo la soledad, después conocer el amor y que ya no me dé miedo - sino cambiándonos a nosotros también.

Por eso, no te dejes embaucar por el mundo de los números en un sentido estricto. No somos un 5 en una escala de 10, o una nota más alta o baja, somos mucho más que eso: somos un conjunto complejo imposible de definir con valores numéricos si nos referimos a nuestra alma, a nuestros sentimientos. Lo externo es lo apreciable por este campo pero no es el total. El total es mejor que cualquier número.