domingo, 25 de diciembre de 2011

El Grinch De La Navidad

Hace mucho tiempo que perdí la ilusión en la Navidad, en ir a ver a la familia, en levantarse temprano con la cara radiante porque han venido Papá Noel y los Reyes Magos - en mi casa se celebran los dos -, en la comilonas, etc, etc.

Creo que fue a los doce o trece años cuando esa ilusión se esfumó por completo. Mis padres me contaron lo que pasaba con los Reyes Magos y Santa, y creo que eso marcó un punto de inflexión grande en mi relación con estas fechas, haciendo por otro lado que me diera cuenta de una cosa: me estoy haciendo mayor y no puedo estar engañándome con una cosa tan básica como ésta porque me podrían engañar con cualquier otra cosa. Lo terrible del asunto no es el hecho de que me esté haciendo mayor - algo que sé perfectamente y de lo cual me alegro -, sino que me llenan de tristeza estas fechas que deberían ser las más felices de todo el año. Pero no es solamente que mis padres me revelaran el Gran Secreto - lo pongo así por si alguien todavía no lo sabe y no quiero chafárselo yo -, también se encuentran en el saco los problemas familiares que ha habido durante estos años - algo de lo que no te voy a hacer partícipe porque no te interesa - que han ido menguando mi felicidad y mi ansia por que lleguen estas fechas.

Sinceramente, después de un año sin verme con una parte de la familia, y eso que estamos a diez minutos de vernos, no voy a hacer el paripé de que nos llevamos bien y que mantenemos el contacto con frecuencia porque no es así. El año pasado, esta parte de la familia ni siquiera me regaló algo por mi cumpleaños y menos por Navidad. Sé que lo importante no son los regalos y que cada año se pone más difícil regalarme algo porque me voy haciendo mayor, pero no consiento que mi familia regale algo a esa parte de la familia y no se devuelva el gesto por lo menos por cortesía. Aunque mirándolo bien, prefiero que no lo hagan porque siempre me regalan ropa y mi armario parece la tienda de C&A.
No quiero ir a una casa en la que no me siento a gusto, en la que tenga que forzar la sonrisa cuando no la siento y no es verdadera, no quiero tener que sacar las buenas costumbres y la cortesía cuando no son naturales. No quiero ir a ver a mi familia interpretando un papel que cada día se me hace más cuesta arriba de asumir. ¿Y ahora? Ahora, después de tanto tiempo de dimes y diretes, llaman, quedan con el patriarca de mi familia, mandamos un mensaje light diciendo que cuándo se van a limar las asperezas, que si nos reunimos por Navidad. ¿Estás bromeando? ¡¿Ahora?! Pues por mi parte ni ahora ni nunca. Estoy cansada de dar oportunidades porque cada vez que he ido a vuestra casa en contra de mi voluntad ha sido daros otra oportunidad que habéis pisoteado. Tened claro que cuando cumpla los dieciocho olvidáos de mí. Me he cansado, estoy agotada de fingir ser una persona que no soy delante vuestra porque si fuera como soy realmente os diría lo que pienso.

Y a parte de los problemas familiares, también está la gran cantidad de trabajo que tengo desde hace ¿cuatro? años. Son vacaciones y, ¿no se supone que están para descansar? Pues no. Para mí realmente estas fechas es para hacer más cábalas aún y a ver cómo me organizo el tiempo para que me dé tiempo a hacer todo lo que tengo que hacer y que me sobren un par de días para mí, aunque este año ese par de días - si tengo una suerte enoooormeee - serán para estudiar.

Vamos, que cada año, todo es mucho más mierda. De todas formas, ¡Feliz Navidad!

viernes, 9 de diciembre de 2011

¿Lo Dejo O No Lo Dejo?


Esta entrada podría haberse llamado de varias maneras como Recogiendo lo que he sembrado o Mi gozo en un pozo, pero creo que este título es el mejor porque refleja lo que me ha estado rondando durante estos días por la cabeza.

Mi ausencia durante todo este tiempo se debe a un cóctel de ingredientes llamados estudios, ausencia de tiempo libre, pereza y, de vez en cuando, crisis existencial. No quiero recurrir siempre al blog – o a ti – para desahogarme y siempre contar las cosas tristes que me ocurren; también la vida está llena de felicidad pero esos momentos rondan pocas veces por mi vida de una manera pletórica, tanto que me dejen sin aliento. Y creo que esos, durante estos meses, no han aparecido en absoluto. Es cierto que me río todos los días, o que sonrío aunque sea mínimamente, pero quiero más: quiero una risa incontrolada una vez por semana al menos, una carcajada que me deje dolorido el cuerpo, que me haga tomar aire nuevo; quiero un paseo por el centro de mi ciudad mientras veo las luces de Navidad agarrada del brazo de alguno de mis amigos y volver a sentirme una niña. Quiero tener ilusión y sobre todo fuerzas, energía, que es algo que ya no me queda.

Esta semana, junto con la anterior, han sido las peores semanas de este final de año: la entrega de notas ha sido nefasta en mayor o menor grado para todos. A mí, particularmente, me han quedado dos, pero sé de gente que le han quedado más, y yo, como siempre, me lo tomo en el tono más dramático que hay. Vale, no me gusta suspender ni que me quede ninguna asignatura, pero lo que menos me gusta es tener que afrontar un curso tan difícil como éste con tan pocas ganas. Por eso he pensado en dejar este curso, darme un año sabático en el que descansar a tope, hacer lo que quiera, disfrutar de mi vida y después, en septiembre del año que viene, coger este curso con todas las ganas posibles y estar totalmente descansada. Y aquí llegamos al título de esta entrada y al dilema: ¿lo dejo o no lo dejo? Tengo que decir que este dilema ya tiene solución y respuesta y es que no lo dejo, aunque mi cabeza siga pensando que es la mejor opción que tengo ahora mismo. Hablando con un amigo se me quedó grabada una frase que me dijo: “Sería un año perdido que jamás podrás recuperar”. Y es cierto. Si me pongo a pensar en lo que pasaría si lo dejase, vería que después de la temida Selectividad y cuando mis amigos tengan sus notas y me cuenten todo el periplo por el que han pasado para conseguirlas, me cabrearía muchísimo conmigo misma por haber tirado la toalla tan pronto. Las primeras evaluaciones siempre son así de desastrosas, no te puedes esperar una gran nota – excepto gente que tenga un gran intelecto y ningún tipo de vida social –. Aún así, lo peor es el mensaje del profesorado: si ya me bastaba con mi autoflagelación diaria por haber hecho las cosas mal ahora vienen los profesores con su chapita diciéndonos lo desastrosos que han sido los exámenes, aunque otros nos dan ánimos para seguir adelante. ¿En qué coño quedamos, señores, en darnos ánimos o jodernos un poquito más el día? ¡Pónganse de acuerdo! ¿No les parece?

Ahora sólo faltan las recuperaciones, las cuales afronto sin ningunas ganas y con la cabeza como un bombo. Estamos a diciembre, no sé cómo acabaré en mayo si ya estoy cansada. ¡Ah sí! MUERTA. Es broma. Más cansada aún y con peor humor que ahora.