Esta entrada podría haberse llamado de varias maneras como Recogiendo
lo que he sembrado o Mi gozo en un pozo, pero creo que este título es el mejor
porque refleja lo que me ha estado rondando durante estos días por la cabeza.
Mi ausencia durante todo este tiempo se debe a un cóctel de
ingredientes llamados estudios, ausencia de tiempo libre, pereza y, de vez en
cuando, crisis existencial. No quiero recurrir siempre al blog – o a ti – para desahogarme
y siempre contar las cosas tristes que me ocurren; también la vida está llena
de felicidad pero esos momentos rondan pocas veces por mi vida de una manera
pletórica, tanto que me dejen sin aliento. Y creo que esos, durante estos
meses, no han aparecido en absoluto. Es cierto que me río todos los días, o que
sonrío aunque sea mínimamente, pero quiero más: quiero una risa incontrolada
una vez por semana al menos, una carcajada que me deje dolorido el cuerpo, que
me haga tomar aire nuevo; quiero un paseo por el centro de mi ciudad mientras
veo las luces de Navidad agarrada del brazo de alguno de mis amigos y volver a
sentirme una niña. Quiero tener ilusión y sobre todo fuerzas, energía, que es
algo que ya no me queda.
Esta semana, junto con la anterior, han sido las peores
semanas de este final de año: la entrega de notas ha sido nefasta en mayor o
menor grado para todos. A mí, particularmente, me han quedado dos, pero sé de
gente que le han quedado más, y yo, como siempre, me lo tomo en el tono más dramático
que hay. Vale, no me gusta suspender ni que me quede ninguna asignatura, pero
lo que menos me gusta es tener que afrontar un curso tan difícil como éste con
tan pocas ganas. Por eso he pensado en dejar este curso, darme un año sabático
en el que descansar a tope, hacer lo que quiera, disfrutar de mi vida y
después, en septiembre del año que viene, coger este curso con todas las ganas
posibles y estar totalmente descansada. Y aquí llegamos al título de esta
entrada y al dilema: ¿lo dejo o no lo dejo? Tengo que decir que este dilema ya
tiene solución y respuesta y es que no lo dejo, aunque mi cabeza siga pensando que
es la mejor opción que tengo ahora mismo. Hablando con un amigo se me quedó
grabada una frase que me dijo: “Sería un año perdido que jamás podrás recuperar”.
Y es cierto. Si me pongo a pensar en lo que pasaría si lo dejase, vería que
después de la temida Selectividad y cuando mis amigos tengan sus notas y me
cuenten todo el periplo por el que han pasado para conseguirlas, me cabrearía
muchísimo conmigo misma por haber tirado la toalla tan pronto. Las primeras
evaluaciones siempre son así de desastrosas, no te puedes esperar una gran nota
– excepto gente que tenga un gran intelecto y ningún tipo de vida social –. Aún
así, lo peor es el mensaje del profesorado: si ya me bastaba con mi
autoflagelación diaria por haber hecho las cosas mal ahora vienen los
profesores con su chapita diciéndonos lo desastrosos que han sido los exámenes,
aunque otros nos dan ánimos para seguir adelante. ¿En qué coño quedamos,
señores, en darnos ánimos o jodernos un poquito más el día? ¡Pónganse de
acuerdo! ¿No les parece?
Ahora sólo faltan las recuperaciones, las cuales afronto sin
ningunas ganas y con la cabeza como un bombo. Estamos a diciembre, no sé cómo
acabaré en mayo si ya estoy cansada. ¡Ah sí! MUERTA. Es broma. Más cansada aún
y con peor humor que ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario