jueves, 3 de marzo de 2011

Vamos a peor

La tensión ya se masca en el ambiente a tan sólo una semana de los dichosos e infernales exámenes. Otra vez volvemos a poner en el asador todas nuestras energías y neuronas para aprendernos los temas que hemos dado, donde las fórmulas, la sintaxis y el ADN se mezclan para dar forma a exámenes de dos horas donde se nos valorarán nuestros conocimientos adquiridos en estos últimos meses. Estamos ante un estado de miedo continuo donde lo único que importa es saber cuándo van a ser y qué dos exámenes coincidirán el mismo día, si son compatibles o no y si van a ser tan difíciles como los imaginamos.

Y entre tanto descontrol por saber qué vamos a hacer esta última semana, aparece la aparente calma de la velada para recaudar fondos para el viaje a Londres que se realizará en septiembre. Se supone que se celebrará en abril (y eso que hay tiempo de sobra) pero parece incluso hasta más importante que cualquier otra cosa. La gente se estresa al ver que hay cosas que van muy lentas, que el cartel con las actuaciones no está muy claro y que la publicidad todavía no está preparada, pero para todos, los exámenes son más importantes que todo eso. Los profesores necesitan exprimir sus últimas clases para ultimar todos los detalles del examen: qué entra, qué partes son, cómo está organizado todo, y un largo etcétera que se incrementa con las preguntas de los alumnos. De lo que parece que no nos damos cuenta es de que en algunas asignaturas vamos realmente mal o que, por mi parte, veo que no vamos a tener tiempo para dar todo lo que tendríamos que dar y el/la profesor/a sigue tan tranquilo como si nada, o eso, o que lleva los nervios por dentro y no nos damos cuenta de nada.

Ante este clima de intranquilidad generalizada (aunque, como siempre, hay alguno que lo único que le importa es su ombligo y no se preocupa por estas "tonterías") no ayuda en absoluto las continuas interrupciones que siempre hacen los mismos por hacer la gracia o lo que se piensan ellos que es gracioso. Luego les extraña que les echen la bronca, les peguen dos bociferazos o que les "inviten" a salir al pasillo. Esta gente empeora la situación, ralentiza las clases haciendo que el/la profesor/a se ponga más nervioso/a, grite y encima quepa la posibilidad de que nos mande mirarnos algo por nuestra cuenta. Y ante esta última decisión, va el pueblo y se queja conviertiendo la clase en un bar encolerizado por la injusta tarjeta hacia un jugador de fútbol. ¿Dónde quedó el respeto hacia el profesor? ¿Dónde quedó esa educación inculcada por los padres hacia sus hijos? ¿Dónde están los padres? ¿Dónde estaban ellos cuando su hijo decidió meterse la primera raya de coca o coger el coche más que borracho y fumado? Sé que exagero pero esta situación que empieza por el más tonto e insignificante detalle, al cabo del tiempo va yendo más lejos aún, conviertiéndose hasta en un problema social. Todo ha degenerado tanto que estamos más que perdidos. Lo más gracioso es que los padres luego van a los psicólogos diciendo el típico: "No sé qué le ha pasado a mi hijo/a; cuando era pequeño/a era de lo más simpático/a, más buen/a chico/a, era un/a gran estudiante. A partir de la adolescencia le dejé de comprender, se comportaba muy raro y hasta ahora, cuando he visto que no me puedo hacer cargo de él. Es demasiado para mí. Temo que por sus arranques de violencia me llegue a matar". Si yo fuera el psicólogo de turno le diría: "¿Y dónde estuvo entonces? Seguramente, su hijo le necesitaba muchísimo y estaba atento/a a otros placeres de la vida. Su hijo en el fondo le importa una mierda pero no estudió esto o no hizo lo que usted quería que hiciera y le ha dado por perdido."

A esto llegamos con no haberles inculcado el respeto hacia el adulto a los adolescentes de hoy en día (y eso que yo también soy una adolescente), con haberles dejado demasiado tiempo solos sin saber qué diablos estarían haciendo. Luego los adultos le echan la culpa a los videojuegos y a la televisión, a la gran cantidad de violencia que consumimos a lo largo de nuestra vida. No, señores, no es éso sino que los padres no lo han frenado, no le han inculcado a sus hijos que pegar a un taxista y robar un coche es malo, que atropellar a la gente por la calle es malo, que saltarse un semáforo no es correcto. En definitiva, que la vida virtual no es la vida real, que en la vida virtual todo es posible, que con un simple truco te libras de la policía pero que si en la vida real te dedicas a robar y te persigue la policía, no hay ningún truco posible para que no vayas a la cárcel: pagas todo lo que has hecho. La vida real es la que cuenta.

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