Puso el CD que tantas veces la había acompañado a lo largo
de su vida y se tumbó en el sofá de cuero negro. Las notas musicales resonaban
en la estancia diáfana, junto con las imágenes que pasaban por su mente, imágenes
de aquella noche mágica con aquellas mismas notas sonando a lo lejos. Allí le
vio, al hombre que jamás había dejado de amar, sobre ella, besándola,
acariciándola, sonriendo con esa sonrisa que jamás había cambiado. Se habían
escapado en mitad del concierto porque habían sentido lo mismo: era el día, era
el momento de llevar lo suyo al próximo nivel; lo necesitaban. Y allí estaban,
en una pequeña explanada rodeados de flores silvestres mientras él la hacía
suya; sus manos recorrían su cara, su cuello, su pecho, seguían por la cintura
con destino a sus piernas. Los besos eran cada vez más apasionados, más
salvajes, más llenos de deseo. No podía sentirse más viva, más feliz que en
aquel momento. Y ahora, tras muchos años después, el llanto teñía las notas que
un día la hicieron feliz. Sabía que las cosas habían cambiado, que a pesar de
seguir siendo amigos el sentimiento nunca había cambiado. Seguía amándole en el
silencio de su interior, seguía sintiendo lo mismo que sintió aquella inolvidable
noche que la amó. Seguía sufriendo desde el día que se acabó.
No había leído tu blog, y la cuestión es que me ha gustado. ¡Tienes nueva seguidora! :-)
ResponderEliminar¡Bienvenida!
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